viernes, 9 de diciembre de 2005

Cuando Baco viste faldas


Cuando Baco viste faldas

Por Iris Hernández Rodríguez
Foto: Norge Santiesteban Vidal
Cuando murió la protagonista de la serie británica George y Mildred -o Los Ropers, como también se le conoció-, sus familiares y amigos se llevaron una sorpresa mayúscula: descubrieron en la despensa de su hogar decenas de botellas de ron vacías. Yootha Joyce su verdadero nombre- había pasado a mejor vida con un gran secreto oculto en su relicario: era alcohólica. A diferencia suya, la célebre cantante francesa Edith Piaff sufrió a ojos vistas el deterioro y el fin de su vida a manos del dios Baco. Ambas celebridades constituyen per se las dos aristas de un misma dicotomía: ¿me escondo para beber o exhibo mi vicio ante la sociedad?
Aunque el uso y abuso del alcohol por parte de las mujeres tiende a crecer en la mayoría de los países, hoy los especialistas se debaten en cómo administrarles a ellas consecuente tratamiento. Algunos admiten que para empinar el codo en exceso poco importa si se llevan faldas o corbatas, porque ambos grupos deben verse como enfermos de similar patología. Otros son más radicales a la hora de juzgarlas y tratarlas, pues solo las ven como madres y esposas.
Sin embargo, los puntos de confluencia son varios. Por ejemplo, casi todos los estudiosos del asunto coinciden en que la mayoría de las mujeres aficionadas a las copas prefieren beber solas y luego silenciar su mal hábito. Por ese motivo, en muchas ocasiones la atención médica llega cuando el daño se agudiza. Además, en no pocos casos las afectadas concurren a la consulta por sintomatologías ajenas por completo a las secuelas del beber. Un médico avileño, el doctor León Mármol Soñora, confirma esas verdades en una acuciosa investigación. Reconoce que mientras un borracho puede hasta resultar gracioso en determinadas circunstancias, una mujer en similar estado solo provoca rechazo y epítetos sumamente negativos.
Resulta obvio que ese doble rasero social las aleja en la mayoría de las veces de las instituciones asistenciales. De hecho, en el Centro de Salud Comunitaria de esta ciudad, cada vez son menos las féminas que solicitan apoyo especializado. ¿Debe pensarse por ello debe que disminuyen las necesitadas de auxilio? En lo absoluto. A pesar de todo eso, en Cuba el alcoholismo femenino no se revela como una contingencia de salud. No obstante, la importancia de prevenir esta enfermedad crónica obliga a levantar la guardia, sin distingos de sexo, raza o edad.
Buscado por sus bondades para exorcizar la inhibición y el retraimiento, el alcohol se incluye entre las sustancias tóxicas legales, “porteras” de adicciones más peligrosas e ilegítimas. En nuestra provincia, según la máster en Psiquiatría Social, Onilsa Silva Bruceta, “existe una tendencia permisiva ante la embriaguez y se incorpora el consumo irresponsable del alcohol al estilo de vida”. Por otro lado, evitar el abuso en la ingestión no resulta nada sencillo. “La percepción social de la recreación influye en la formación de la conducta alcohólica”, asevera la investigadora.
DE LA VIDA REAL
A Rosa no le apena hablar de su enfermedad. “Ya la superé”, me dice. Su pelo recién teñido parece confirmarlo. La imagen que proyecta no es la de una vagabunda, lo cual corrobora la tendencia actual. Con machacona insistencia, repite y repite que a ella “el alcoholismo no la atrapa otra vez”, aunque haya incumplido ya otras veces esa misma promesa. “Ahora yo le digo no al primer trago, porque si no...”, y deja trunco su pensamiento. Estamos en un pequeño espacio del Centro de Salud Comunitaria, donde se brinda terapia individual o grupal a los enfermos.
“Tengo 34 años de edad y hace casi tres que me atiendo –cuenta Rosa-. Un compañero me habló de la consulta. Primero tuve que reconocerme a mí misma que era una alcohólica. Una enferma, como dicen aquí. Vine y comenzó a irme bien con el tratamiento. Han sido muy buenos conmigo. Mis recaídas han sido porque me digo: “hace tiempo que no tomo, un traguito no me hará daño”. Y ya usted sabe... Luego no pude parar. Uno tiene que apartarse del ambiente donde está el alcohol.
“Comencé a tomar hace unos siete años, con bebidas dulces y solo los fines de semana –añade-. Aunque soy algo tímida, siempre me ha gustado bailar. En esos casos me tomaba un par de traguitos para ponerme alegre y disfrutar como los demás. Poco a poco fui aumentando la cantidad y la frecuencia. Llegué a necesitar un traguito todos los días para sedarme y sentirme alegre. Lloraba mucho por esto, porque veía que estaba enferma. Entonces, tomaba para olvidar los problemas. ¡Era peor! Dejé de presumir y de mirarme en el espejo. Tuve conflictos con mi esposo. Él me aconsejaba y me advertía que esto era desagradable. Yo, en vez de hacerle caso, escondía la bebida. Mi hija de 15 años me rechazaba. No quiero acordarme de aquello. En estos momentos, mi familia me apoya. Esto es muy importante para el enfermo... Hace poco me sentí feliz porque pude bailar y divertirme sin darme ni un buchito.”
En todos los tiempos las mujeres han consumido alcohol. Las etiquetas de las botellas no lo prohíben. Sin embargo, en las últimas décadas la proporción de féminas bebedoras ha ido en preocupante aumento. No falta por ahí quien vea la génesis de tal espiral en el espacio ganado por ellas a partir de mediados del siglo XX, cuando dejó de ser pecaminoso e inmoral para las féminas apurar un trago. A pesar de eso, está demostrado que desde el punto de vista biológico la mujer es más vulnerable a la embriaguez que el hombre. Por esa razón, los médicos la valoran como una forma clínica especial. En cambio, su responsabilidad familiar le permite salir con mayor rapidez de semejante atolladero.
En el alcoholismo, como en la vida social, la mujer se convierte en diana de prejuicios que no suelen rozar jamás a los hombres. Ellos son únicamente enfermos, mientras las féminas se someten a un examen social de comportamiento y moralidad. Esta situación las vuelve doblemente víctimas. Al final, no importa si el mal anda oculto o de juerga. Tampoco si lleva barba o calza tacones altos. El dios Baco sabe cuándo y a quién hay que pasarle la cuenta.

No hay comentarios.: