Mostrando las entradas con la etiqueta Lenguaje. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Lenguaje. Mostrar todas las entradas

viernes, 6 de noviembre de 2009

Del lenguaje cotidiano


Cuando una sale del ambiente donde ha transcurrido su infancia e interactúa con personas de otras provincias del país, y hasta de otras latitudes, comienza una suerte de debate ético interior en lo tocante al lenguaje propio. O sea, intentar a toda costa conservar el modo de hablar original, dejarse permear por el foráneo o tan solo aprender las variaciones.
Por ejemplo, y para empezar con los adultos, aquí en Cuba se suele "dar chucho" (expresión habanera), o burlarse de las personas que al regreso de una visita fuera de frontera suele adoptar el acento con que se habla en el otro lugar, no importa si el viaje es de Oriente a Occidente del archipiélago, a Argentina, México o España. Usted puede ver a los nacionales esforzándose por evitar que se le escape un "vale?", "ahorita" en lugar de ahora, "pana", "che"..., porque al interlocutor no la deja ir, es más lo espera, y ahí mismo viene el bonche. Sucede igual si adopta frases y tonos típicamente de la capital del país, como decir "paqque" por parque, o "jimaguas" por mellizos.
En mi caso, cuando me bequé a solo unos 200 km de mi pueblo para cursar la Secundaria en Holguín, me percaté de la necesidad de aprender determinados vocablos, según la provincia de mi interlocutor porque creía que de lo contrario no me entendería. Y dejarle saber qué palabra utilizaban mis coterráneos. Rápidamente comprendí que era un aprendizaje delicioso, porque me permitiría comparar y hasta buscar los porqués dentro de una provincia se le nombraba de manera distinta a un mismo objeto.
Uno de los casos típicos y variados modos de llamar un objeto es el de las presillas, palillos, palitos, mordazas... es decir, el pequeño utensilio que se emplea para que la ropa lavada no se caiga de los cordeles o tendederas. Otros de los que con mayor rapidez debemos aprender en Cuba son los sinónimos de grifo. Por acá, que yo conozca nadie le llama así, y me pareció demasiado afectado si con esta palabra, la que está registrada en el Diccionario, identificaba la llave, pluma o pila para hacerme entender según dónde estuviera. Esto no quiere decir que pierdan su significado "original" de aditamento de abrir candados y llavines, a lo que cubre el cuerpo de las aves o a la batería, respectivamente.
En mi provincia, en la zona cercana a Bayamo se le llama "guineo" al plátano fruta y al sur, cerca de Manzanillo, se le nombra "marteño". Tengo entendido que esta última palabra solo existe allí y que se debe a que alguna vez llegaban por la región platanitos de la isla de Martinica y de martiniqueño, derivó en la actual. Similar pasa con "cutaras" que casi todos sabemos su significado, pero únicamente se utiliza en Santiago y Guantánamo para nombrar a las chancletas.
La lista de ejemplos diversos que ofrece el habla popular cubana sería extensa. Ni qué decir con las variaciones del castellano entre las naciones hispanohablantes y que en determinados casos puede convertirse casi en insulto lo que entre otros es inofensivo Creo que lo más útil resulta incorporar los vocablos diferentes para hacernos comprender en el sitio que vayamos y enriquecer nuestro conocimiento.
Justificar a ambos lados

martes, 17 de febrero de 2009

El lenguaje de género en la vida

Hace un tiempo, mi hija mayor, Sofía, de 4 años, me hizo pensar nuevamente en algo que venía escuchando: la aplicación del llevado y traído tema del lenguaje de género. En cierta ocasión, para hacerla razonar de por qué debía acostarse temprano en la noche, le dije: “los niños no ven telenovelas”. Y ella, ni corta ni perezosa, replicó: “los niños no, pero las niñas sí”.
Quizás por desconocimiento, algunas personas consideran que el uso del artículo masculino y femenino para hablar de trabajadores, estudiantes, hombres y mujeres, hembras y varones, es un esnobismo o capricho de las feministas. Hasta esta última palabra ha cobrado una connotación radical para relacionarla con quienes se manifiestan casi como enemigas de los hombres y no, como es en la realidad, para aquellas enemigas de la discriminación de las mujeres.
No pocas reacciones al respecto coinciden en que “la palabra hombre incluye a la mujer”; “quieren cambiar hasta la lengua”; “eso es un asunto trivial para dedicarle análisis”; “así se economiza el lenguaje y el papel”, “de esa forma ha sido siempre, por qué modificarlo ahora”, entre otras muchas opiniones.
Sin embargo, quienes investigan sobre estos temas refieren que, al ser la lengua un reflejo de la sociedad que las habla, si en ellas se advierten hechos o actitudes sexistas puede relacionarse con una sociedad discriminatoria hacia la mujer. Y convenimos en que no es el caso de la cubana, donde existen amplias posibilidades y espacios para hombres y mujeres, juntos, y donde se promueve, por encima de la igualdad a ultranza, la participación equitativa en la vida.
Tampoco podemos negar que, en ocasiones, las generalizaciones pueden hacer invisibles a las mujeres.Sin que constituya un secreto sotto voce, la mayoría ha asimilado la crianza y formación de los hijos como un asunto de las progenitoras. De hecho, las consideraciones laborales ante caso de enfermedades de los vástagos las recibe la mamá, casi nunca el papá. Visto como una conquista social en Cuba, el hecho de que a los padres se les autorice el cuidado de los hijos en los hospitales constituye un paso adelante en la construcción de una cultura de encuentro y no de separación de papeles.
La certeza de que el lenguaje, en el tema de marras, no es una cuestión meramente lingüística, sino también social, se refleja de manera similar en el hecho de la incorporación paulatina de vocablos para clasificar a una mujer en funciones tradicionalmente desarrolladas por hombres: presidente y presidenta; dirigentes y dirigentas o profesor titular y profesora titular. Es decir, primero ocurre en la sociedad y luego lo aplicamos al habla, sin temores.