martes, 13 de junio de 2006

Proteger la inocencia

Los primeros meses de vida de Hugo transcurrían sin dificultad. Su llegada al mundo aquel frío febrero de 1984 había irradiado alegría inigualable a toda la familia. Todo era dicha con sus primeros pasos. A su lado alguien siempre se hallaba dispuesto a tomarlo en brazos, provocarle una sonrisa o acompañarlo en el descubrimiento del mundo. Cumplía ya los 18 meses.
Aquella tarde de fin de semana los allegados degustaban el café habitual. Mientras, una prima adolescente se disponía a llevar al pequeño al baño cuando notó un ligero volumen en el lado derecho del tórax. Ante la duda todos acudieron a comprobar. En efecto ahí estaba: se movía, tenía el tamaño aproximado de un huevo de gallina y escapaba debajo de las costillas. El lunes para llevarlo a la pediatra parecía tan lejano como la eternidad.
El médico de guardia palpó, indicó análisis de sangre, orina, heces, auscultó... ¡Nada! Pero, el bultico se sentía. Había algo. Así comenzaron los ires y venires de Hugo y su madre por consultas, laboratorios, quirófanos. Comenzaba la angustia familiar y la incertidumbre por el futuro de un niño recién llegado al mundo.
Hugo nació con un tumor maligno en el riñón derecho. En su álbum de fotos escasean las instantáneas infantiles. Sus primeros años transcurrieron entre sueros citostáticos y salas hospitalarias de varias provincias. Su peso ya nunca retornó a la normalidad ni fue el infante saludable y robusto de los 18 meses. La naturaleza, la vida lo había dispuesto así. Pero, la enfermedad encontró el enfrentamiento permanente de los médicos cubanos y la barrera que ofrecían los medicamentos.
Los sueros citostáticos pudieran salvar muchas más vidas en Cuba sin el bloqueo que impone Estados Unidos sobre el Archipiélago. Con esa medida inhumana se encarecen los tratamientos al comprarlos por terceros países o en naciones alejadas geográficamente. Sin embargo, el Estado hace notables erogaciones para que no falten. Y, por otro lado, los trabajadores del Turismo por medio de sus propinas aseguran casi la mitad del monto para adquirir esos medicamentos, destinados a las salas de oncología del país.
Tal vez esta constituya una de las mejores muestras de solidaridad entre los humanos. Donar una parte del dinero ganado por el esfuerzo y la eficiencia, para comprar medicamentos deviene una manifestación de grandeza espiritual, de generosidad y bondad desinteresada por los semejantes.
Cada año cientos de niños cubanos, miles en el mundo, comienzan su existencia de esa forma. Muchos ni siquiera llegan a gozar del regazo materno o cuentan con un hogar al nacer. Afortunadamente Hugo nació en Cuba. En su seno familiar humilde nunca se preguntó si había dinero para pagar la costosa operación o el largo tratamiento. Estaba ahí el sistema de salud y le salvaron la vida. Hoy, a sus 20 años, se forma en una universidad. Su pasado ya es un lejano episodio, pero inolvidable y rebosante de agradecimiento.

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