jueves, 23 de octubre de 2008

Mi nombre es...

La llegada de un bebé a la familia atrae la atención de muchos. Los preparativos no siempre constituyen un asunto únicamente de quienes lo concibieron. Conjuntamente con la incertidumbre de si será saludable, inteligente y buen mozo, crece la inquietud de cómo llamarle. El nombre deberá ser atractivo y muchos insisten en que también original. Para el progenitor, en caso de que el vástago nazca varón es suficiente con clonar sus señas y ¡listo!. El tema ocupa un punto en las tertulias familiares y de amigos, y cada cual aporta una propuesta nominativa.
Durante décadas, en Cuba se adoptó la costumbre de consultar el santoral de los almanaques para dar nombre al recién nacido. Mientras se daba continuidad a los más tradicionales del idioma español, también se condenaba a un pequeñín a cargar como un sambenito con su calificativo. En ciertos casos parecen motes y no nombres propios. Afortunadamente nacieron los apodos y al pequeño Plutarco se le llamaba Nené; o a Constanza la rebautizaron Cota.
Conozco a no pocos individuos que han gastado un dineral para llamarse sencillamente Miguel, y otros que darían lo que no poseen por quitarse su Policarpio. Las estrechas relaciones del país con las naciones socialistas de Europa del Este y la Unión Soviética, hicieron proliferar los Alexey, Raisa, Liuba, Katiuska, Serguei..., quienes hoy deben sumar más de 25 años aproximadamente.
En esa etapa dejaron de crecer las Juana, María y Esperanza. Mas, también aparecieron los nombres con la letra Y como inicial mayúscula. Los resultados harían otorgar los más encumbrados premios a la creación. Por ejemplo: Yunieski (en hembras y varones), Yanuris, Yamisleydis, Yenisey, Yusnavys (nacido de las siglas de la armada norteamericana US Navy)
La anhelada originalidad provocó igualmente la combinación del nombre de la madre y el padre para que naciera: Anaisi, de Ana e Isidro; Dailén, de Daysi y Leonardo. De ese empeño surgió Zaritma al invertir las sílabas de Maritza.
A estas prácticas le han sucedido otras a partir de nombres exóticos. En los registros de identidad ha crecido el número de Abdel, Yaser y Ahmed, llegados desde el Oriente Medio; los sajones Jessica, Jennifer y Jonathan, también se combinan con las generales paternas de Rodríguez, Peña o Vega.
Y, aunque parezca una costumbre asentada por los cubanos, la asignación de nombres exóticos a los párvulos se convierte en una práctica en otras regiones como Europa. “Mohamed puede ser uno de los rubiecitos de ojos azules” en las calles de Bruselas.
La globalización acelerada de los últimos años ha hecho que muchas culturas asociadas a una geografía amplíen sus fronteras. La influencia de los medios de comunicación también se hace notar cuando Ronaldo crece en ciudades cubanas o Thalía juega a las muñecas en una comunidad rural.
Amén de gustos particulares de los padres, el nombre cumple una función práctica que corre el riesgo de no satisfacer a quien lo recibe. Al final será un sello para toda la vida que también habla sobre nuestro medio social y cultural.

No hay comentarios.: