lunes, 27 de octubre de 2008

Remedio para el alma

La energía positiva parece un concepto abstracto que encuentra cada vez más raíces concretas en el lenguaje cotidiano de los cubanos. Algunas personas la recetan como el mejor colirio para la vista o el remedio santo para cualquier cosa mala. Si no alcanzaste algún producto en el mercado, ahí va: “Oye, energía positiva… será la próxima.” Si se te fue la guagua, desaprobaste un examen académico, te diagnosticaron Diabetes o se acabó una relación amorosa, igual solución. Como si fuera una poción mágica o el antídoto contra la picadura de serpiente.
Y no me opongo a eso. De ningún modo. Ojalá las personas con tal sugerencia abundaran por acá como las plantas de marabú y el mal humor. Es más, en estos tiempos de limitaciones materiales y tras el paso arrasador del huracán Ike, esas energías de bienaventuranza debían llegar a partes iguales con el agua de la ducha o con el arroz de la canasta básica.
Realmente hay personas que tienen el poder, nada sobrenatural por cierto, de hacer sentir bien a quienes las rodean, en el trabajo, la escuela, el barrio… Poseen la virtud de buscar el lado luminoso de cualquier situación. Recurren con frecuencia al viejo proverbio de que “no hay mal que por bien no venga” y no falta una sonrisa entre sus herramientas.
Estos seres cuidan las palabras hasta para decir las verdades crudas y necesarias, porque tampoco hace falta andar por el mundo mirando a los ojos de los otros para decirle de qué padece y herir. Y los consejos, mejores cuando los piden o son de vida o muerte.
Esa energía o mente positiva con la cual inician estas líneas tal vez solo constituya sinónimo o neologismo de temas seculares como la esperanza, el optimismo y la buena fe. Pero, no importa el ropaje, sino su utilidad en momentos cuando no se pueden ignorar instintos primitivos o cualquier lacra a nuestro alrededor.
Para que te des cuenta de que los defectos dañinos no incluyen solo el egoísmo, la mentira y la envidia, pensemos, por ejemplo, en el pesimismo. Cuando este llega o nos lo acercan, tan lejano a lo positivo de lo que comentaba antes, es común que se ponga en dudas hasta la viabilidad de un sueño que parecía tan cercano; se nos caen los brazos –metafórica, pero realmente también- y nos vemos obligados hasta a acudir al médico por crisis depresivas o demasiado estrés. Ninguno de estos asuntos es nuevo. Tampoco sobran, por necesarios y urgentes. Para la Madre Teresa de Calcuta, el optimismo es el mejor remedio. Y, aunque no podemos incorporarlo al cuerpo como un piercing, se relaciona con todo y, como el Rey Midas, con todo cuanto se toque.

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