lunes, 5 de enero de 2009

De Reyes Magos y juguetes

Yo no conocí a los Reyes Magos. En mi niñez, década del 70, en Cuba, nadie hablaba de ellos, al menos a mi alrededor. Cuando supe de Melchor, Gaspar y Baltasar, ya no tenía edad para pensar en "su existencia" y venían asociados a palabras como engaño a los niños, rezagos del pasado...
Aun así tuve una infancia feliz y con juguetes, llegados por medio de la libreta de productos industriales, desaparecida a la postre. De esa forma, me correspondía un juguete básico y dos adicionales, como a los restantes pequeños menores de 13 años. Uno de mis recuerdos de la niñez tiene relación con el olor a juguetes nuevos. Por ese camino, me llegaron varias muñecas, de diveros tamaños, nombres y ropajes; juegos de cocina, de crear, de maquillaje, en fin... A mi hermano le duraban muy poco tiempo los suyos. El mismo día de julio, cuando invariablemente vendían los juguetes, abría sus ametralladoras, pistolas y maquinitas patrulleras, para ver el origen de las lucecitas rojas y el sonido.
No puedo precisar en qué momento se detuvo esta práctica en el país. Sí sé que ocurrió mucho antes de que yo cumpliera mis 13 y que se declarara aquí el período especial. Ya no es igual. Confieso honestamente en que se debe buscar algún camino para que los niñas y niños cubanos tengan garantizados al menos un juguete. Aunque a mis hijas, en particular, no les han faltado, reconozco que se necesita una importante erogación para garantizarlos. Lamento no estar dotada para casi ninguna habilidad manual que me permita crearles otros, a partir de recipientes y objetos que desechamos.
Para mí, el juego y los juguetes forman una relación indisoluble con la llamada "edad de la inocencia". Con todo y eso, mi esfuerzo de cada día está dirigido a garantizar a mis hijas una infancia feliz y, sobre todo, un entorno seguro.

1 comentario:

helena bicova dijo...

Hola Iris.
Me encantó este comentario, tanto como tener noticias tuyas. Recuerdo también los juguetes de ¨una vez al año¨, cuando eso yo vivía en Malvango, que es casi lo mismo de decir ¨Macondo¨, pero en honor a la verdad, creo que era hasta más folklórico. Recuerdo que nos reunían frente al punto de leche, todos los muchachos traian sus camisas domingueras con los cuellos tan almidonados como el filo de un machete... los números de la dicha estaban en una caja...no sé cuantas ¨sámbulas cutámbulas¨ hacía con los ojos cerrados para escuchar mi nombre... y para nada, nunca alcance la bicicleta. Es un recuerdo extraordinario. Gracias por traerlo al presente. Un abrazo, helena bicova.