lunes, 27 de abril de 2009

Maestra ¿quién...yo?

Mis deseos de ser maestra quedaron colgados con el uniforme color remolacha al terminar sexto grado. En varios grados de Primaria, fui jefa de un equipo de estudio que acudía a mi casa algunas tardes a repasar el contenido de clases. Y, al parecer, se me subía el cargo pa la cabeza y hasta le aplicaba evaluaciones a mis amiguitas. Debe ser por eso que a ese grupito nunca más las he visto.
Al pasar para séptimo grado, fue como borrón y cuenta nueva y se me desató tremenda apatía por la docencia. Solo aparecía "en nómina" como monitora de algunas asignaturas, porque nada de impartir repasos o servir de profesora suplente. Muchas veces reprimí una cierta inclinación por la pedagogía, cuando veía algunas de esas películas en las cuales un maestro o una maestra se enfrenta a sus colegas, la dirección de la escuela y hasta la propia familia, para "salvar" a un grupo de alumnos, por lo general problemáticos. Esos filmes me siguen gustando. Pero, cuando me sentía contagiada por el estusiasmo de la profesión, esperaba a que se me pasara.
Y es que en Cuba, ser maestro o profesora no se cuenta entre las aspiraciones de la mayoría de los adolescentes. Tal vez porque no se estimula esta inclinación vocacional a tiempo o por tantas otras razones que la gente utiliza para que los hijos no sigan este camino.
Después de constituir uno de los primeros juegos en la infancia, ser maestro se va relegando entre las preferencias, aunque una nunca olvida a quien nos enseña a leer y a escribir; a aquellos convertidos en un amigo (a) en la Secundaria o a quien realmente es un paradigma frente al aula, de esos que te hacen apreciar lo que realmente significa ser docente, educador.
Todos estos pensamientos se agudizan en los Institutos Preuniversitarios Vocacionales en Ciencias Exactas, donde se experimenta una sensación de creerse estudiantes elegidos para profesiones complicadísimas y decisoras en el destino de un país. Por eso al Pedagógico van muy pocos desde los IPVCE. Y yo no era la excepción, además de que nunca pensé tener esa vocación.
Y, mire usted, que por obra y milagro del programa de Universalización de la Educación Superior (al cual le dedicaré un post más adelante) he permanecido 6 años frente al aula. Con todo el respeto que les profeso a los maestros, jamás me vi impartiendo docencia, entre otras cosas por mi miedo a pararme frente a tantas personas atentas a lo que yo dijera.
Como si fuera poco con la experiencia, he tenido hasta dos y tres grupos por semestre, de matrículas elevadas en algunos y con asignaturas que me han exigido mayor preparación por no ser a lo que me dedico cotidianamente. Si me lo hubieran mostrado en una bola de cristal hace unos 20 años, diría que me estaban tomando el pelo o jugándome una mala pasada.

4 comentarios:

cubafamilia.blogspot.com dijo...

Mi primera vocación fue esta, recuerdo que en mi casa había un patio bastante grande y yo me iba para el final para que nadie me viera y le daba clases a los pomitos y piedras imitando mucho a mi maestra, después, quizás en la adolescencia no tuve quien me orientara, si no estoy segura de que fuera Maestra
Un beso y sigue Profesora

Carlos M. Perez dijo...

Lo de ser maestro, creo que a todos nos pasa por la cabeza en la ninez, debe ser por el impacto de ser alumnos. A mi se me ha quedado un poco, lo unico que las veces que he podido hacer de docente, he sido medio prusiano. Quiza por eso explote cuando incursione frente a alumnos que estudiaban en horario nocturno y no les interesaba nada mas que cobrar el salario que les pagaban por asistir al aula. Imaginate, profesor de espanol y literatura... me esforzaba por impartir buenas clases, pero chocaba contra el muro de los discipulos. Y peor, cuando aplique el primer examen y desaprobaron la mayoria, la jefa de departamento me llamo para decirme que debia cambiar la clave de evaluacion. En toras palabras, me correspondia la mision de aprobar a quienes apenas sabian escribir sus nombres y aun lo hacian con mala ortografia. Hasta ahi llego mi experiencia docente.

Jge dijo...

Muchas veces ni nos imaginamos lo que nos reserva el futuro en relación con nuestra profesión. En mis años de niño, de adolescente, no pensaba en ser profesor. En el año 1978 existía necesidad de docentes en algunas regiones de nuestro territorio, como joven, con deseos de independencia económica decidí incursionar por el área y pensé, voy a trabajar un año y después busco o estudio otra cosa. Hasta hoy 2009 continúo con aquello que sería “solo un año”
Un abarzo. Jorge Infante

El sitio de Iris dijo...

Hola. Mi experiencia docente tiene mucho en común con quienes han comentado por aquí. Tuve la vocación cuando niña, al igual que Marilú, pero fue la necesidad una vez periodista lo que me condujo al mismo programa de Carlos.
A cada rato pienso que es temporal, Jorge, y sigo. Sobre todo he descubierto que siempre hay maneras de motivar a los alumnos.
Nos vemos.