viernes, 20 de enero de 2012

De cualquier lugar...

Cuando era pequeño rehusaba saludar a las visitas por mucho que insistiera su madre. Las (malas) respuestas eran siempre idénticas: "no me da la gana" y "a ti no te importa": Ella se sonrojaba, pero justificaba aquellas "gracias" con un "ay, este niño, imagínate, es el más chiquito de la casa." Mientras las personas ajenas a la familia observaban su actitud permanente y la calificaban como la malcriadez que era, presagiaban también una adolescencia difícil. Pero los parientes hacían la vista gorda ante la realidad. La ausencia de la figura masculina causada por el divorcio de sus padres limitó la mano firme necesaria, ese patrón para imitar en un varón, que, sin violencia, establece límites, horarios, reglamento y un equilibrio que ni la modernidad, ni ninguna ley puede obviar en un hogar y en la formación de los hijos. La permisividad se instaló en aquel núcleo y, desde que se toleró por primera vez alzar la voz a los adultos, la irreverencia, la falta de respeto y el descontrol escalaron como la hiedra en las relaciones intrafamiliares. Desde el otro lado, las personas aconsejaron, sugirieron, propusieron. En tanto, la progenitora "ya no sabía qué hacer". El tiempo propicio se había perdido. No cuesta mucho hilvanar los elementos de esta historia, por cierto, tomada de la vida real: abandono de la escuela apenas iniciado el noveno grado, venta de los alimentos de la libreta de racionamiento y cuanto objeto de valor encontrara para darse gustos con dinero fácil, presionar a la madre para que se endeudara y le comprara tenis de marca, reunirse con el grupo peor visto en el barrio. Luego llegaron las drogas y las noches sin saber dónde dormía. Incluso hay quien dice que sí hubo maltrato físico a la madre. Las oportunidades tocaban a la puerta, insistían; pero la vagancia, el alcohol y el cigarro, costeado a la fuerza cuando se debía comprar carne en casa, ya no parecían tener retroceso. Muchas veces la policía advirtió y la madre protegió. Por eso hoy, cuando J. no está, ella solo se lamenta y pretende culpar a otros de la "suerte" de su hijo: que si exageraron con la sanción, que si él no tuvo la culpa, que si fue el grupo de "bandoleros" con el que andaba, que su niño siempre fue tan cariñoso...

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