jueves, 16 de febrero de 2012
Aprender el oficio con el ejemplo personal
Por estos días, se adentran en el oficio periodístico algunas estudiantes de la Universidad de Camagüey. Y, no es casual que utilice un sinónimo de “introducirse” en este ámbito, porque mientras cursamos una carrera siempre faltará el complemento práctico que da el acabado para considerarse, años después, graduados de una materia.
Es común que los alumnos, no importa el perfil curricular, agradezcan esa etapa en la cual tienen la posibilidad de ejercitar lo escrito tantas veces en una libreta. También, pasar por momentos similares a los contados por los profesores en clases, a modo de anécdotas para amenizar la enseñanza.
Como en la formación de la personalidad de los hijos, a nosotros, los tutores o periodistas con algunos años en ejercicio, nos corresponde enseñar, guiar o dar el ejemplo. Jamás se nos ocurriría mostrar los vicios, los defectos y las carencias para que sean imitados y reproducidos. Es decir, por lo general nos gusta que los estudiantes tomen las mejores experiencias y que, como en familia, los jóvenes sean mejores que nosotros, como confirma la dialéctica.
Las vivencias de estos días en las redacciones de los órganos de prensa me sirven como punto de partida, para meditar acerca de si las entidades, los organismos e instituciones anfitrionas de alumnos, durante las prácticas laborales, asimilan con responsabilidad ese cometido.
Lejos del lapso fijado en el plan de estudio de la carrera periodística, a veces me duele verificar en la realidad cómo se hace lo contrario a estas ideas expuestas, refrendadas por la lógica. Y, es que si un electricista muestra como nadie a un joven a cerrar un circuito o a evitar un accidente -letales en estos casos-, su maestría quizás no sea olvidada. Pero, tampoco lo será si se ausenta injustificadamente de su puesto de trabajo, llega tarde o comenta sus insatisfacciones en los pasillos.
Es recurrente el ejemplo de algunos pedagogos que instan a sus hijos a alejarse del magisterio; pero similar sucede en los centros de trabajo si continuamente nos quejamos de la profesión escogida y “aconsejamos” dejar este camino en aras de uno más “fácil”.
En el sector de atención directa a usuarios -dígase en las shoppings, unidades gastronómicas- sucede otro tanto. Allí, las muchachas de prácticas lucen el maquillaje impecable como las dependientas, con las uñas y el pelo arreglados, también como ellas. Pero, a diferencia de quienes visten el uniforme de las cadenas de tiendas o del establecimiento, estas llevan la blusa blanca y la saya short carmelita de la Enseñanza Técnica y Profesional.
En ocasiones, ante la indiferencia, los rostros rígidos y hasta el maltrato repetido tanto en algunas tutoras como en sus estudiantes, una se pregunta si estas son también las lecciones aprendidas cada día. O si, por el contrario, en las aulas politécnicas aún se transmite la idea de que el cliente tiene la razón y que, por sobre todo, merece respeto y una sonrisa que la frescura de la juventud ofrece sin limitaciones.
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