martes, 19 de mayo de 2015

Desempolvando partituras

En Cuba -al menos fuera de La Habana- no conozco ninguna academia para enseñar los pasos básicos de nuestros bailes tradicionales. Esas coreografías las vemos transformadas en las películas y a veces ni se parecen a las danzas nacidas por acá. No es secreto que estos temas interesan más a los turistas que a nosotros mismos o en el caso de la enseñanza a los niños, se la dejamos a las casas de cultura y a los instructores de arte. Cuando crecen los estudiantes, sus gustos musicales y danzarios casi siempre van en otra dirección.
Aunque el danzón es el baile nacional de Cuba cada vez se cuentan por menos quienes conocen sus pasos. Los habitantes del norteño municipio de Manatí, donde vivió varios años el intérprete Barbarito Diez, se han comprometido a continuar esa tradición. El grupo danzario infantil La Bella Época deviene su carta de presentación.

Sin embargo, a ese proyecto se le ha sumado una orquesta integrada por profesores de la Escuela Vocacional de Arte. Jóvenes tuneros y, mayoritariamente tuneras, ya han conquistado un espacio en el centro de la ciudad para compartir su música.
El baile le es al cubano como la vida misma. Desde que se nace en este archipiélago la existencia discurre al ritmo de la música. Y, si no se ha percatado, repare en cuáles son las primeras "gracias" aprendidas por quienes todavía no saben siquiera nombrar a mamá. Observará sin sorpresa que antes de dominar el uso de una cuchara, ya el cuerpo se mueve al compás de la salsa, el merengue o la llamada timba.
No obstante, a los contemporáneos del mozambique y el charlestón, no les convence del todo esa manera desenfrenada, independiente y brincadora de bailar en la actualidad. La mayoría de ellos sigue apostando por la danza de parejas enlazadas, sobre "un solo ladrillo" y preferiblemente en salón.
Obviamente, los tiempos han variado. En realidad, nos han obligado a cambiar a nosotros. Y esa forma moderna de divertirse tan solo constituye otra expresión de cómo los jóvenes de hoy asumen la vida: desprejuiciados, vitales y sin ataduras. También los artistas conciben sus interpretaciones para determinado tipo de público y lugar. Pero, lo cortés no quita lo valiente. De tan espontáneos modos de bailar se han perdido derroteros que en cualquier época han enorgullecido y distinguen a los habitantes de este suelo. Y, en esa carrera, se olvidan tradiciones que, hasta en su simple acepción, exigen la transmisión de una generación a la sucesiva.
Desde hace ya algunos años, quienes rondan los cincuenta y más, han reclamado en diferentes tribunas la creación de espacios para bailar a la usanza de la época de oro de la música tradicional cubana. También han visto que solo aumentan los concebidos para las discotecas y la popular, hecha con los patrones de ahora. Incluso, muchos visitantes extranjeros solicitan la apertura de más lugares concebidos con tal fin, pues ese rasgo se encuentra entre los de mayor interés para los seguidores de nuestra cultura.
No obstante, ya vamos comprobando que mientras se crean academias y los jóvenes aprenden a bailar los pasos más tradicionales, otros atrevidos, profesionales y talentosos andan desempolvando partituras y compartiendo su música con diversas edades.

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