martes, 2 de mayo de 2017

Una historia sencilla del Primero de Mayo


Quizás se llama Olga o Mirtha, pero para mí es Margarita, como la flor que simboliza la sencillez o la humildad. Lleva en sus hombros, abrigados por el "fresco" de la madrugada, los avatares de las colas en la farmacia, de los reclamos impacientes de los nietos y un montón de consejos para quien los necesite y para quien no. Carga en su espalda los sueños conquistados para ella y su familia, los postergados indefinidamente y también sus pesadillas.
Este desfile era especial y allí estaría, en la Plaza. En mayos anteriores -solo en muy contados- se ha quedado en casa por un impertinente dolor de muelas o por el catarro "malo, malo" de la temporada. Pero esta vez nada la detendría. Sería su tributo. Su prueba de fe. Su compromiso.
Madrugó como cada día, pero tal vez con más prisa de la habitual. Dejó doblado el delantal, después del café matutino de la familia. Insistió en que todos los de la casa llevaran agua y desayunaran. Y ni siquiera tuvo que elegir vestuario: algo cómodo y una pieza blanca o azul.
No podía dejar la bandera, la pequeña de papel que la acompañó a despedir a Fidel cuando pasaron sus cenizas a reposar en Santa Ifigenia. Todavía tiene amarrada la flor con que acudió a la Carretera Central el pasado diciembre y las lágrimas fue todo lo que pudo decir. Su paso no es apurado. Ya no es lo más importante.
(Foto de Rey López)

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