viernes, 25 de abril de 2008

Diversidad

La gente no se acostumbra a la diferencia. No aprende que, aun cuando tenemos rasgos comunes con otros y pertenecemos a la misma especie, no obedecemos a un molde. Las políticas y acciones colectivas que tratan o han tratado de “cortarnos con la misma tijera” fracasan, han fracasado y están condenadas al infortunio.
A nivel de nuestros congéneres la cuestión cambia y, en ocasiones, hiere. Vivimos con esquemas mentales que a veces ignoran al diferente, ya sea por sus costumbres, acento al hablar, vestuario, orientación sexual, color de la piel o cualquier otro ámbito en el cual alguien no se parece a la mayoría.
La práctica más socorrida de juzgar a las personas “diferentes” son los “cartelitos” y la exclusión. Los humanos tenemos la manía de clasificar a los semejantes y, con ello, apartarlos. Sin más ni más, como quien etiqueta un envase, se les llama con desdén anormales, locos, raros, extravagantes, cheos… En esencia, esas acciones constituyen muestras evidentes de prejuicios enraizados durante siglos y difíciles de desterrar de nuestra cultura.
Cuando se suele hacer ese tipo de críticas o enjuiciamientos, la gente adopta una postura de superioridad amparada en estereotipos establecidos por siglos. Además, encuentran caldo de cultivo en mentes cerradas o en la falta de información.
Uno de los elementos más negativos de la globalización contemporánea se halla en la homogenización con que se intenta aniquilar culturas, idiomas y tradiciones milenarias. Los poderosos plantean un patrón impuesto como el correcto, el mejor…, gracias a la eficacia de la tecnología y a los medios de comunicación, entre otros muchos canales.
Las imágenes de jóvenes asiáticos con cabellos oxigenados o su preferencia por las mcdonalds cuando antes se optaba por el sushi japonés; anuncios y venta de coca cola en los más intrincados sitios de prevalencia indígena; la producción de películas de cualquier nacionalidad al peor estilo hollywoodense, constituyen muestras de cómo esa “epidemia” corroe.
No dejaré de repetir hasta el cansancio que las súper modelos del mundo casi se pueden contar con los dedos de las manos, esas que exhiben medidas “perfectas” y ocupan las portadas de las revistas. Sin embargo, millones de mujeres, los hombres ya no quedan detrás, sueñan con parecerse a ellas o a ellos y hasta arriesgan su salud en función de dietas extremas.
¿Por qué lo bonito debe ajustarse a pelo rubio, ojos azules y cintura de avispa? ¿Por qué vestir bien debe relacionarse con los pitusas “tubos” o “pitillos” –prácticamente ayer eran los campanas?En este mundo tan ancho, donde hasta ahora solo estamos los terrícolas, existe espacio para todo, cuál es la ansiedad porque nos parezcamos entre nosotros, si lo mejor de la especie y la naturaleza estriba en la diferencia. La diversidad. La muy conocida frase de El Principito que reza que lo esencial es invisible para los ojos está siempre a mano cuando predomina la buena fe y la voluntad por integrar, sin importar cuán diferentes seamos.

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