martes, 14 de octubre de 2008

¿Ya no se escriben cartas?

La tecnología carga sobre el teclado y los bits la culpa de la agonía postal. El correo electrónico, aun cuando no esté al alcance de todos, insiste en dar codazos y abrirse camino, para sustituir a ese hábito milenario y personal de decir las cosas con un lápiz y papel.
A estos mensajes que corren por la autopista de la información, los más conservadores los estigmatizan como fríos y despersonalizados. Para mí, esos adjetivos no los merecen las líneas porque sí. Son quienes escriben los únicos responsables de enviar por ese medio frases lacónicas, privadas de alma y sentimiento. También se las encuentra insufladas de amistad y cariño.
Pero el asunto nació antes del auge de internet. El declive comenzó, quizás, con las cartas de amor. Los tiempos cambiaron y el viento se llevó la hoja colorida, perfumada y pletórica de lirismo. Independientemente de que escribanos posmodernos, como una joven de la provincia de Sancti Spiritus, al centro de Cuba, persistan en el empeño epistolar para ayudar el alma del prójimo. De la misma forma en que languideció el amor platónico, las palabras se llenaron de valor, olvidaron el rubor y comenzaron a decirse de frente al ser idolatrado: breves, rápidas, descarnadas y concretas. Con ese acto murió además la declaración rebuscada en la soledad de la almohada.
Tal vez por ese panorama poco favorable para las cartas, yo tengo en alta estima a aquellas personas decididas a escribir y enviarlas. La prensa cubana suele convertirse en un destinatario preferido cuando se trata de compartir criterios, resolver problemas o liberar el alma. Cada uno de esos sobres guarda dentro la satisfacción o el padecer de un ciudadano con derecho a ser escuchado, por el único motivo de haber nacido aquí.
La correspondencia igualmente constituye un mecanismo de retroalimentación para saber si nuestros mensajes llegan, o si la función pública que desarrollamos tiene razón de ser.
A lo mejor me equivoco y la vida de las cartas no resulta tan efímera. La literatura igual le reservará su pase a la posteridad. De ahí que el género epistolar acompañe títulos devenidos clásicos de la pluma. Entre ellos uno de mis preferidos: Las amistades peligrosas. Mientras tanto, sería valedero prestarle la atención merecida a cualquier mensaje que recibamos, a pesar de que pueden llegar utilizando la computadora y sin el sello único de los rasgos de la caligrafía o de una estampilla pegada incluso con el aliento del remitente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Iris, he llegado a tu blog a través del de Lady Vintage. Este post me ha parecido interesante y comparto tus criterios al respecto. También recuerdo Las amistades peligrosas como una de las mejores lectoras de mi juventud.