miércoles, 4 de marzo de 2009

Eso no es conmigo

Después de ver hace algunos meses la película Beyond the Gates o Perros a tiro, o cualquiera de los títulos con que se proyectó este filme sobre el genocidio en Ruanda, recuerdo que quedé petrificada en mi asiento. Este tema y el del Holocausto me provocan ese efecto. Y, para rematarme, antes de la aparición de los créditos se lee esta frase (aproximadamente): "Lo contrario de la Fe no es la Herejía, sino la Indiferencia". En ese contexto, y fuera de él, reconozco que es impactante.
Hay quienes parecen haber nacido indiferentes, flemáticos ante cualquier cosa e incapaces de inmutarse lo mismo ante un festejo propio o ajeno, que con un mal momento para alguien en derredor. Es posible incluso que frente a la euforia de otro le arroje un balde de hielo diciendo que no es para tanto.
A veces la indiferencia es un recurso de escapistas, de sobrevivientes del día a día para no salir demasiado lastimados cuando se haga el balance de la jornada. Una especie de "no se puede coger tanta lucha" con las cosas. Lo peor es cuando se pierde el límite entre tomarse lo mínimo a la tremenda y que todo nos dé perfectamente igual.
En muchas ocasiones escucho que mostrar poco o ningún interés si alguna persona nos interesa en demasía, amorosamente hablando, puede ser un remedio infalible para atraparla. O sea, una suerte de fingimiento y represión de los sentimientos para recibir atención. Mire usted.
Acabo de leer los resultados de un estudio, de los tanto que salen a diario por fortuna, sobre lo beneficioso de no reprimir el enojo, sino canalizarlo, cuando algo nos va mal en el trabajo. Darle curso a esa rabia, sin perretas, puede ayudar hasta para que nos tengan en cuenta llegada las promociones y ascensos. Bajar la cabeza siempre y esconder esos sentimientos parecen ser un primer paso para devenir seres fracasados. Dice la investigación.
El justo medio, esa es la cuestión.

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