sábado, 11 de abril de 2009

Reírse, qué felicidad


Es difícil precisar en qué momento comienzan a menguar las sonrisas. Aunque hayas tenido una infancia no del todo feliz o una adolescencia complicada, con seguridad son etapas en las que la risa afloraba con abundancia. El recién nacido que solo como un reflejo extiende las comisuras de los labios hace estrujar cualquier corazón; si vemos a un grupo de púberes reír sin sentido, y los adultos testigos estamos de buen humor, puede que digamos "qué felicidad... eso sí es vida". En caso contrario, de mal momento o amargura: "se ve que no tienen nada qué hacer... no saben lo que les espera cuando crezcan... a esta hora con ese escándalo".
Cuando van apareciendo problemas serios y responsabilidades, surge el estrés y nos percatamos de que por muy feliz que comencemos el día alguien te lo puede cambiar, entonces quizás la risa venga en letra indescifrable prescrita por un médico. Y se traigan a mano aquellos instantes de despreocupación en los cuales todo podía ser motivo de una alegría incontenible. Ah, la Risoterapia es un asunto muy serio.
A la gente suele gustarle los semejantes que se ríen con facilidad. No tengo solución para los que quedan fuera. Tampoco se trata de traer una máscara de anunciante de pasta dental o pasarse el día haciendo chistes para caer bien, subir en alguna escala social... Pero, las "patas de gallina" alrededor de los ojos, si están relacionadas con reír a menudo, no pesan tanto cuando la otra opción son las marcas de "código de barra" debajo de la nariz o un surco en el entrecejo.
Para algunos humoristas, se ha convertido en una máxima el "dime de qué te ríes y te diré quién eres". En particular, disfruto de los chistes y alguna que otra comedia en el cine, y por esa razón, espero que nadie me juzgue mal o ponga en dudas mi sentido del humor si digo: mucho gusto... a mí no me gusta Mr. Bean.

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