Un verano con vista al mar

Aun cuando vivimos en una isla larga y estrecha, espigada se podría decir si se tratara de una figura humana, no todos tenemos el privilegio de ver cada día el amanecer sobre el mar. De todos modos, nos sentimos poseedores de kilómetros de litoral, de diversos matices de azules y verdes, de una naturaleza única como dibujada por la añoranza veraniega de cada habitante de esta geografía. Por eso la etapa estival es la invitación esperada para la visita que se planea durante el resto del año, aunque la estancia dure horas, se sueña con la playa durante 10 meses, con atrapar esa masa líquida inacabable, con castillos y figuras de arena levantados con los hijos, con la temperatura del agua que en nuestra imaginación siempre es tibia, con esa sensación de libertad infinita que da saberse en el océano… Julio y agosto desborda la costa tunera, tanto a la norte como a la sur, acuden por miles las personas para encontrarse con la opción recreativa por excelencia de quienes nacimos en Cuba. Los grupos de amigos se citan, las familias se reúnen y organizan excursiones, el amor se inspira también en esos ambientes naturales y acogedores de relajación y alegría. Las playas de La Llanita y La Boca, en Puerto Padre, reciben a sus visitantes tanto por las embarcaciones desde El Socucho, como las guaguas que trasladan a vacacionistas. Pelotas y balsas alquiladas, juegos, sombrillas siempre insuficientes para tanto sol, sombreros, paraguas, pulóveres, tiendas de campaña… dan colorido a estos días; entre los alimentos ligeros sobresalen los azucarados y cada año las ofertas son más variadas. El chapuzón es el plato fuerte de ir a la playa, sin embargo, unos cuantos prefieren quedarse lejos del agua salada porque, más que mojarse, lo importante es tener un verano con vista al mar.